Crónica en verso

Rodas, 12 de septiembre

CRÓNICA EN VERSO

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¿Había dicho yo que los turistas habían empezado a emigrar? ¡Ja!

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Esto es Rodas

el turismo de masa que nos espera,

ser masa, aminorar costos

evitar molestias, vivir cómodo.

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Caigo en la cuenta

de lo rápido que va esto,

y es que los sentidos se me llenan cada mañana

apenas despierto;

doy una patá y se llena la cesta de melones o versos.

Así que mejor no me vuelvo a casa

mientras la curiosidad y las palabras

no se vayan con viento fresco.

Hoy, por ejemplo, son los turistas mi recreo

bichos raros y curiosos,

ciento y la madre todos ellos.

Ayer fue el mar

anteayer los griegos de Homero

el sol, el otoño;

hoy ellos,

primero un riachuelo

luego una riada

todos en masa

buscando algo con que llenar el talego

de sus cámaras:

palomas, muros pacientes y viejos,

algo que mostrar

a la vuelta a casa a hijos y nietos.

Terribles hijos de agosto

como caballos de Atila

arrasando el pueblo entero.

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Yo llené también mi cámara

con esta gente de pantalón corto

que deja pasar el tiempo

mirándose unos a otro

mientras llega la hora del almuerzo.

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El dinero corre,

así que es bueno,

sobre todo para el bolsillo de los griegos.

Demasiado ruido y movimiento,

horror,

tantos colores, tantos jubilados

tanto italiano;

andiamo a vedere...

y el hombre grueso de grandes entradas en el pelo

tira de la prole caravasar adentro.

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Uno debería sacar partido de todo esto,

y en ello ando esta mañana

después de escribir un par de cartas

y colgar aquello de la calle olía a café,

últimamente siempre versos.

Por eso no me voy a casa

pese a esa sensación de proscrito que a veces tengo.

Me anima llenar los sentidos cada mañana,

ayer de hermosas estatuas,

de mar, de rostros que miran pasar la vida

asombrándose con sonoros ecos,

de barcos de hierro

que surcan las aguas

en las que ya desaparecieron

las sirenas, los aquiles,

donde ya no hay argonautas, ni odiseos.

Aquí ya nadie espera a nadie,

Penélope dejó la calceta,

los pretendientes murieron;

ahora sólo aquel espectáculo del mar

-tan hermosamente bello-,

los viejos muros del recuerdo,

mirarnos los unos a los otros,

hacer turismo,

curiosear cómo los otros vivieron.

Y por supuesto, sacarles los cuartos al turista;

pase: seis euros subir a la torre que mide diez metros.

¡Joder, seis euros!

que si fuera el campanile de San Marcos, todavía,

pero esto...

Esa es la consigna: sacar dinero.

Cojones con el asunto,

tiempos llegarán en que nos cobren

por mirar al mar,

ya, ya lo veremos.

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Estas rosas estaban en la basura,

ya me imagino yo el cabreo de la moza,

igualito que mi amiga que escribe cuentos

y que cuando le da la vena

a la cabeza me tira tiestos;

tirar pardiez las rosas al basurero,

¿dónde se ha visto eso?

.

A veces cualquier paseo

sirve para llenar un blog de éstos.

Por ejemplo,

hoy he vuelto a ver a un griego

que hablaba solo a voz en grito

o declamaba versos.

Vi a muchos y en un principio pensé

que andaban un poco locos, o acaso ebrios,

pero no era eso;

hombres de buena barriga y aspecto serio

que hablan alto, naturalmente en griego,

como si vendieran

algo que no está a la vista

como si se quejaran de la suegra,

no sé, acaso del presidente del gobierno.

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Por hoy termina esta crónica de Rodas,

mañana a esta hora estaré no muy lejos,

una isla minúscula, Tilos, que me ofrece

un par de caminatas

que ya me va pidiendo el cuerpo.

Hasta entonces, un beso.

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