Voraces amantes

Rodas, 11 de septiembre

El blog parece que se está llenando últimamente de versos. Para mí una suerte que me vengan a visitar sin haberlos llamado. Bienvenidos y calurosamente acogidos sean. Hace tiempo que les echaba de menos. Como esto no deja de ser a fin de cuentas un viaje, y a mí los versos me parecen un buenísimo modo de dar testimonio del camino que voy recorriendo, pues aquí quedan. Ahora leo la segunda novela de Pamuk que me cayó en estos meses, Me llamo Rojo; su lectura me recordó al protagonista de la anterior, Nieve, un personaje, el autor en realidad, al que también le visitan los versos y que necesita echar mano en seguida del papel antes de que se esfumen. Mi papel de anotaciones es este blog de viaje.

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VORACES AMANTES

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Si somos capaces de eso,

terrible entre nuestros brazos

el llanto, abstracta armonía de la carne

el dolor amargo, ardiente, cortante,

hoguera y noche al borde del mar,

como una ofrenda a los dioses,

libar el loco dolor del encuentro

celebrar la carne

¿por qué ir más tan allá,

tras el horizonte en donde duermen las penas

y la distancia es tan grande como el mar?

¿por qué?

Eso me preguntaba esta tarde

cuando mi habitación azul y blanca

se llenó del grito ominoso y gozoso de los amantes,

un fragor de alborotada lucha

en donde el drama, la comedia, la poesía,

la extrema ternura, se devoraban a besos

y urdían el singular combate.

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Singular combate, Dios,

donde el dolor y las lágrimas

no es difícil que falten.

Como siempre una vez más

los extremos se tocan.

Una vida tranquila no basta a los amantes,

lucha, ruido de armas, ausencia, incluso hambre

para en Ítaca poder devorarse, al fin,

cuerpo a cuerpo como esas aves

que sólo en la lucha descubren en el amor un arte.

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Voraces amantes.

Sus voces, que a veces son maullidos

y otras un gran río o una bendita fiesta

llenaron hoy generosamente mi tarde.

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