La ley de la oferta y la demanda

Atenas, 7 de septiembre

Nuestro progreso se basa, entre otras cosas, sobre la injusticia, o dicho de otro modo, sobre la extorsión de unos sobre otros. Unos pocos ejemplos: ¿quién si no impone los precios?, ¿sobre qué base se establecen los principios de las grandes propiedades?, ¿quiénes son los verdaderos dueños de una gran parte de las tierras de Sudáfrica, Namibia, Zimbabwe: ¿los descendientes de los boers o de los ingleses, que a su vez se las robaron a los bantúes o a otras tribus? La Pampa argentina, ¿pertenece a los mapuches o a los grandes hacendados que vinieron después? China invade Tibet: la propiedad cambia de manos sin necesidad del registro de la propiedad. El rey Leopoldo y Bismarck, muy amiguetes ellos, el primero hizo de toda África Central una propiedad privada, el segundo también decidió poseer buenos pedazos en la costa este y oeste. ¿Y los precios? De risa muchas veces, nada que tenga que ver con el valor de las cosas; basta recalificar un terreno y de la noche a la mañana uno se ha hecho rico. Los listos, claro. Los títulos más notorios de propiedad son y han sido siempre los que han proporcionado la fuerza y la violencia. ¿Cómo no cuestionar la propiedad y la moralidad del sistema?

Pero el caso curioso es que el sistema funciona –más o menos-. Porque los otros, los que prometen justicia y reparto equitativo, ya se ve en qué acaban, o a cambio de qué precio pretenden administrar la justicia.

Cuando esta mañana le digo al dueño del hotel donde me hospedo que los precios del cartelito de la habitación no corresponde con lo que está cobrando, me contesta con aspecto bravucón de quien está por encima de las circunstancias, que él sabe muy bien la cantidad de dinero que puede obtener de mí por la habitación, que no necesita ningún papelito. Entrar en una discusión un poco divertida, sin las marras del mal humor, habría requerido por mi parte más inglés del que conozco; así que casi le tuve que dejar con la palabra en la boca. Estaba bien en el hotel, un lugar céntrico y tranquilo con balcones a una calle peatonal; no me convenía seguir el hilo a sus bravatas que iban acompañadas, tras mi silencio, con el gesto de devolverme el dinero correspondiente al pago del día con la evidente intención de mostrar que si no me interesaba podría buscarme otro hotel. Estamos en temporada alta; le sobran clientes.

Incidentes así los hubo naturalmente a montones durante todo el viaje. El precio del taxi de Nairobi que me llevaba al aeropuerto se multiplicó por dos a las tres de la madrugada. La noche que llegué a Singapur discutí antes de subir al taxi con el conductor, hasta que llegué a la evidencia de que llevaba razón, a esa hora de la noche le sobraban clientes para llenar el taxi: tuve que pagar tres veces más. Durante el trayecto me fue mostrando la cantidad de brazos que levantaban inútilmente la mano para parar un coche. Lo que en realidad me estaba diciendo era que por qué no iba a cobrar lo que cobraba si la gente lo pagaba. Lo llaman la ley de la oferta y la demanda. Hay hierbas que crecen solas sin que nadie las plante, leyes paralelas a las otras que no es raro que de hecho tengan mucha más fuerza que la que rigen en los tribunales.

Ahora, como me conozco y sé que mi reacción “natural” es proclive a meterse en líos, en pulsos inútiles con la realidad, mi “domesticación” continua pasa últimamente por contar hasta ciento cincuenta antes de responder; y en el caso de hoy el imponerme encima estas reflexiones que me ayuden a rebajar el nivel de adrenalina que me sube por dentro (dichosos los flemáticos), a no pelearme con el mundo y a entender que las cosas no siempre funcionan con el metro de medir usual, por muy poco lógico que nos parezca.

Además, he comprobado que el trabajo de tragarme de vez en cuando un sapito le hace bien a cierta vena de intolerancia que alguna vez me sale. Así que sigamos la ley de la oferta y la demanda; a fin de cuentas, pese a su injusticia nuestro mundo mal que bien funciona bajo ella (incluso muy bien en ocasiones). Los últimos países que visité en los que ésta no era la regla al uso, Zimbabwe y tiempo atrás en Cuba, la vigencia de otra regla diferente a la de la oferta y la demanda me obligó a adelantar mi salida del país. A mi cuerpo no le va bien un clima de falta de libertad; así que puestos a elegir prefiero esta dichosa ley a ver mediatizada mi libertad, algo mucho más valioso que esa dudosa justicia igualatoria en donde puede darse que tuviera que pedir permiso hasta para estornudar.

No es muy difícil llegar a tristes, o simplemente paradójicas consecuencias; ésta: la certeza de que sin extorsión de unos sobre otros, sin injusticia, nuestro grado de progreso sería mucho menor. En la escuela enseñamos a no fomentar la competencia, igual que enseñamos a no ser hipócritas, cuando en la vida real el cinismo y la hipocresía son la norma; pero sin competencia de hecho nuestras facultades parecen que quedarían adormecidas (si ayer Barea echaba mano de la guerra para evitar que la población de un país se convirtiera en momias, con más razón fomentar la competencia: marica el último, el que no corre vuela, o camarón que se duerme se lo lleva la corriente); nuestras facultades quedarían adormecidas y los listos no harían su agosto. Pero, claro, tampoco nosotros recibiríamos el beneficio que se desprende de la búsqueda continua de medios para hacernos gastar... y ellos embolsar beneficios, porque es de ese modo como funciona la economía y no de otro. Tampoco pasa nada porque Vodafone me facture un puñado de llamadas desde el otro lado del mundo que no he hecho, o que el taxista saque algo más de dinero, o que el hotelero aumente sus beneficios a mi costa.

Dicen que la economía va mejor cuando el dinero cambia de manos rápidamente. Y si eso beneficia a todos, pues más razón para incentivar las injusticias del sistema. A fin de cuentas ya nadie mete el dinero bajo un baldosín, y menos los grandes especuladores. Así que, contribuyamos a que el dinero circule; de ese modo mato dos pájaros de un tiro, primero ya no tendré necesidad de enfadarme, ni reclamar, cuando me engañen, y, segundo, estaré haciendo patria con eso de contribuir a que el dinero viaje a gran velocidad.

Espero en cualquier caso que tarde o temprano algo de beneficio me llegue. De momento sigo creyendo que le debo mucho a esta sociedad capitalista y farrullera de unos pocos listillos que al final de todo han sido capaces indirectamente de hacer una notable aportación al “progreso” general.

Hay que ser agradecidos, leñe.

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